Antiguamente, cuando existían los grandes carruajes con tiros de muchos caballos, los cocheros, al lanzar látigo, no sólo alcanzaron, sino que mataron, a algunos de los pasajeros del coche que venía en dirección contraria, cada uno por su derecha, y eso hizo que se estudiara una fórmula para resolver el problema. La solución fue que, yendo por la izquierda, el látigo no daba a nadie.
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